jueves, 16 de septiembre de 2021

1) Bonjour París! escala ideal para llegar al canal del Loira

 Hace ahora siete años recorrimos una parte del canal del Midi, el más antiguo y famoso de las numerosas vías fluviales que existen en Francia, y desde entonces pensamos en regresar para otra singladura similar. Esto es, pasar unos días en barco disfrutando del paisaje y la gastronomía, la compañía de amigos entrañables y recorrer una parte de la geografía de un país que nos encanta. 2020 era la fecha elegida, mayo el mes, y no hace falta entrar en detalles para convenir que no fue una opción adecuada, incluso ni siquiera fue opción. 

Para tenerlo garantizado, el barco se reservó (y pagó, parcialmente) un año antes, en 2019, pero llegado marzo del 2020 fue el momento del aplazamiento. Nos dieron un año para hacer el viaje y al final, como en mayo de 2021 la vacunación estaba en mantillas, la travesía se aplazó hasta septiembre. Después de tan larga espera, tuvimos el consuelo de que todo salió bien, incidencias aparte, que fueron unas cuantas.


El canal Lateral al Loira fue construído entre 1827 y 1838 para conectar el canal de Briare y el canal central en Digoin, una distancia de 196 kilómetros. Reemplazó el uso del río Loira ya que las inundaciones invernales y las sequías veraniegas lo hacían poco fiable a efectos del transporte.

 

El Cyrano resultó cómodo, pero, al carecer de motor delantero para dirigirlo, a veces difícil de manejar

Inicialmente habíamos contratado un solo barco, el Aligoté (nombre de una uva de esta región vinícola), dotado de seis camarotes dobles, pero finalmente éramos trece l@s "marin@s/mariner@s" así que optamos por duplicar la flota: al Aligoté se le unió el pequeño Cyrano, de solo cuatro plazas, lo que permitió que nueve personas del grupo fueran más holgadas en el "grand bateau". Como es costumbre, hubo sorteo sin notario en una comida celebrada antes del verano en Nigrán para seleccionar las tripulaciones.

El Aligoté era más amplio y contaba con un gran comedor que nos permitió comer juntos

Elegimos para el viaje las fechas del 15 al 25 de septiembre, contando con tres días previos en París y uno final en Lyon, cuyos respectivos aeropuertos nos servirían para la llegada y partida. Por medio, sendos transfer nos permitirían llegar a Briare (punto de partida) e ir de Digoin (la meta) a Lyon al terminar. La posibilidad de utilizar transporte público fue desechada al no ajustarse a nuestras necesidades.

Ibería canceló el vuelo a Madrid desde Peinador y nos complicó el inicio del viaje

De los trece viajeros, dos canarios volaron a París el 14, diez teníamos previsto madrugar para ir a Madrid desde Vigo y allí se sumaría la última persona. Pero las previsiones se toparon con un imponderable: por causas meteorológicas ignotas (el día era magnífico en Vigo, también en Madrid y que sepamos por el territorio intermedio) dos horas antes del embarque Iberia nos comunicó la suspensión del vuelo. Mientras, Peinador y Barajas operaban con plena normalidad.


Empezó entonces el peregrinaje habitual en estos casos, que se resolvió de manera sorprendente: los viajeros con tarjeta de embarque tuvieron plaza en el siguiente vuelo, un par de horas después, y el resto, cuatro del grupo, fuimos trasladados a Santiago en taxi. Allí tuvimos que pasar el día hasta tomar un vuelo a Madrid a las 21:50, con lo que no llegamos a un hotel en la periferia de Barajas hasta la una de la madrugada. Al día siguiente embarcamos hacia París a la hora en que deberíamos haberlo hecho el día anterior.


París nos recibió bien a todos, con tiempo agradable y el buen rostro que presenta habitualmente esta encantadora capital mundial.


Los que llegaron el día previsto pudieron aprovechar mejor la estancia, pero no fue grave pues la mayoría conocía París de viajes anteriores.


En Santiago, los que allí quedamos varados tratamos también de aprovechar el día acompañados por multitud de turistas, en una jornada de sol y casi calurosa, disfrutando de la catedral libre de andamios tras muchos años en obras y ahora con una fachada deslumbrante.



Las Galerías Lafayette fueron un punto de visita obligada, especialmente pensando en quienes no las conocían. En la imagen anterior, vista desde la terraza de las propias galerías.


Lo mismo que el Sena, algo forzoso si se pasea por el centro de París.


Por casualidad coincidimos con la inauguración de la perfomance imaginada por el artista búlgaro Christo, consistente en envolver el gigantesto Arco del Triunfo. Como queda constancia en la imagen superior, allí nos juntamos los trece viajeros tras la putadilla de Iberia.


La plaza del Arco del Triunfo estaba tomada por decenas de policías pues un rato después el presidente Macron iba a inaugurar el gigantesco paquete en que se había convertido el enorme arco. Según leímos, los familiares de Christo, muerto dos años antes, financiaban el cubrimiento, e imaginamos que la factura no debió ser barata. Mientras estábamos allí, contemplamos como unos escaladores descendían del arco dando los últimos toques al "paquete".


Aquí la fachada del hotel Shangri La, donde, casualmente, no nos alojábamos y que luce más estrellas que un general de los importantes.


Y a partir de aquí, a disfrutar de París, cosa relativamente sencilla. Acercarse a la torre Eiffel es también obligado ya que algunos no habían subido. Y lo disfrutaron.


El día siguiente salimos pronto del hotel que habíamos reservado en Montparnasse, e hicimos un largo tour. Por la mañana Montmartre, empezando por el famosísimo Moulin Rouge.


En este conocido y atractivo barrio nos encontramos con la escultura del artista Jean Marais al escritor Marcel Aymé, en recuerdo de una obra en la que relataba la vida de un oficinista que descubre su poder para atravesar murallas, habilidad que cambiará su vida y le permitirá enriquecerse y vengarse de quienes le humillan. Dicen que tocando la mano izquierda de la escultura se adquiere la misma habilidad, pero ese día el departamento de milagros debía estar cerrado, quizás por la pandemia.


El paseo por Montmartre es un placer, pese a las cuestecitas que permiten acercarse al Sacré Coeur.


Y ya en la plaza, reconocer el lugar de reunión de artistas que la ha hecho mundialmente famosa, aunque quienes la conocimos décadas atrás la encontramos cambiada.
 

En fin, rincones llamativos por todos los lados con mensajes digamos desconocidos.


Y ya el Sacre Coeur, la imponente iglesia que corona el barrio.


Desde aquí se disfruta de una imponente vista de una ciudad tan plana como París.


Bajando de Montmartre, en la plaza Jehan Rictus admiramos el conocido como "mural de los te amo", obra de los artistas Frederic Baron y Claire Kito, que reproduce en un esmalte de 40 metros cuadrados adosado a una pared con las palabras te amo en 311 idiomas, gallego incluido, por cierto.


Y antes de la actividad de la tarde, de la que ahora hablaremos, tocaba reponer fuerzas. Casi casi llenamos un pequeño restaurante, donde nos atendieron de maravilla, lo que sería la tónica de estos días. También, como ocurriría en el 95 % de las ocasiones, previamente tuvimos que mostrar, para su escaneo, nuestro certificado de vacunación, algo que nos daba mucha tranquilidad, aunque no es del agrado de todos en este país. Lo comprobaríamos al día siguiente en Briare.


Tras la comida pudimos rumbo a Notre Dame, callejeando más o menos sin ruta fija por Le Marais.


De esta forma llegamos a la impresionante plaza de los Vosgos, imponente, aunque es cierto que el crecimiento del arbolado impide contemplarla tal y como fue diseñada.


Es la plaza más antigua de París y se inauguró en 1612 constituyendo el primer ejemplo de ordenamiento urbano en Europa. Ocupa un área de más de 17.000 metros cuadrados y su dimensión es 140 x 140 metros. Actualmente los pisos más cotizados de París están aquí y pudimos comprobarlo en una inmobiliaria en la que se anunciaba un apartamento de 118 m2 por casi dos millones y medio de euros.

Detallito de casas para pájaros en el Hotel Sully, junto a la plaza de los Vosgos

Y por fin Notre Dame, la catedral, rodeada de andamios y muy dañada tras el incendio ocurrido un par de años atrás, y a punto de iniciar unas obras de reconstrucción que durarán bastantes años.



Aquí estábamos citados con Juan, un asturiano que lleva varios años viviendo en París y se dedica a enseñar la ciudad a visitantes. Habíamos concertado un tour de dos horas y media para el día anterior, pero la anulación del vuelo de Iberia obligó a cambiar el horario: de ser el plato inicial de la visita pasó a ser el postre, pero no había más opciones.


Tras hablarnos de la creación de París y de Notre Dame iniciamos el paseo.


El famoso reloj de la Conciergerie fue una de las primeras paradas.


Y después lugares clásicos que quien conozca París puede imaginar, el puente más antiguo, el Louvre, y algunos otros sitios.






Tras despedirnos del guía iniciamos el regreso al hotel caminando al anochecer, observando los cambios que sufría la ciudad con la llegada de la oscuridad.

Tomamos algo en la terraza de un restaurante thai en un atestadísimo Barrio Latino y completamos así, sin tropiezos y felices, la primera etapa del viaje, la turística, a la espera de no hubiera tormentas ni huracanes en la singladura que íbamos a iniciar al día siguiente. 

 Ciertamente, no las hubo, pero sí otro tipo de incidencias con las que nos entretuvimos, como tiene que ser en todo viaje que se precie aunque sea a un país tan cercano en todos los aspectos como Francia.


Todas las fotos de París se pueden ver en este enlace

miércoles, 15 de septiembre de 2021

2) Averías, nieblas y ¡bloqueados por un tronco!

 Vaya por delante que globalmente el viajecito de una semana en barco por el canal lateral del Loira nos encantó y hubo momentos, la mayoría, agradables y placenteros. Como muestra, la imagen idílica de Briare poco antes de la salida. Pero a lo largo de siete días también se sucedieron situaciones de alguna tensión, jugaditas del (mal) tiempo y una serie de averías en los barcos que condicionaron la navegación, lo mismo que el tronco atravesado en el canal, que más que condicionarla simplemente la impidió durante largas veinticuatro horas. En todo caso, la profesionalidad de las tripulaciones supo dar con salidas airosas, o no, y triunfaron siempre las risas sobre las malas caras.

A Briare llegamos algo antes del mediodía del sábado 18 de septiembre, con tiempo de sobra para darnos un garbeo por la villa, gestionar la compra para la semana (pensando sobre todo en los desayunos y el almuerzo, contando con cenar de restaurante siempre que fuera posible) e incluso tomar algo para aguantar hasta la cena. Éramos conscientes de que el traslado de la compra al barco podía ser complicado al carecer de vehículo, pero no imaginábamos que lo sería tanto.

Briare es una población discreta, agradable pero algo anodina por lo que pudimos ver, y su mayor mérito es que se ubica en un extremo del canal. Precisamente por eso estábamos allí. En 2020 la idea era comenzar en Digoin y acabar aquí pero el forzoso cambio de fechas nos obligó a cambiar también el itinerario que quedó justo al revés de lo previsto.

La oficina de la empresa de alquiler de los  barcos, Le Canalous, es una pequeña nave junto al canal, en la que no imperaba precisamente el orden. Dejamos allí las maletas y nos fuimos a visitar la villa.


Francia es un país con un potente movimiento antivacunas que en septiembre salía a la calle los sábados en docenas de ciudades y pueblos. Ese día era sábado y Briare no fue una excepción. Junto al restaurante donde comíamos, en la plaza principal, se concentró un centenar de personas entonando eslóganes contra el pase sanitario, o sea, el certificado de vacunación. Después se manifestaron por todo el pueblo ante la indiferencia de los que no protestaban, y también la  nuestra.

En el extremo contrario, paseando por París nos encontramos esta curiosa camiseta provacunas.

En el paseo, una recién jubilada se prendó de la oficina del secretario general del Ayuntamiento, recordando sus tiempos en activo.

El Aligoté, casi preparado para recibirnos
Estampa del Cyrano atracado en Briare

Para avituallarnos, nos dirigimos a un Lidl en las afueras del pueblo, a un par de kilómetros, donde llenamos un montón de carros. A la hora de pagar le pedimos a la cajera que nos gestionara un taxi, algo habitual en España pero que allí no debe serlo, o simplemente no nos entendió. Dijo que no y nos puso en un brete. Si dejábamos la compra, salíamos con el barco vacío, un riesgo si no encontrábamos al menos donde cenar o realizar otra compra.

Así que tras la correspondiente llamada, el grupo que había quedado en el pueblo gestionó un taxi, con el que pudimos llevar nuestras viandas al barco. Eso sí, a la carrera, ya que otros miembros de la expedición localizaron el único sitio en el que podíamos comer ¡forzosamente a las 13:40! Tras una dosis de estrés y con el equipo de compra regresando a paso ligero a Briare, al final las piezas encajaron. El taxista, portugués, resultó ser de gran ayuda a la hora de cargar y descargar las viandas.

La compra se almacenó en Le Canalous, con las maletas, y a las tres de la tarde, la hora pactada, estábamos listos para hacernos con los barcos.

Con lo que no contábamos era con el retraso de Bruno, el encargado, que tenía más barcos que poner en ruta además de los dos nuestros. A mayores, una señora de la limpieza estaba todavía dándole los últimos toques al Aligoté y al Cyrano. Y aunque, ciertamente, no nos los dieron digamos que limpios, aguardando por las instrucciones de manejo de Bruno no pudimos salir hasta casi las seis de la tarde. Y como las esclusas dejan de funcionar a las siete, nuestro margen de maniobra esa tarde quedó muy limitado. 

Quizás por el retraso, nuestro almirante jefe, Álvaro, lucía cara seria en el momento de partir.  Lo mismo podía decirse de Alfonso, el capitán del Cyrano.

En este preciso instante, Alfonso manejaba el barco por el acueducto justo encima del Loira.

Fue sin duda uno de los lugares más espectaculares de la ruta. Nada más empezar.

A unos pocos cientos de metros del puerto fluvial se encuentra este acueducto. Construido hace casi 200 años, tiene cerca de 700 metros de longitud, 1,8 metros de calado y una anchura que daba para nuestros barcos y medio metro más o menos a cada lado. Es metálico, pero al atravesarlo no se percibe, y sirve también de paseo para las gentes de la villa.

Superada la prueba del estrecho acueducto, que salvamos sin golpear los barcos más de lo imprescindible, el personal se relajó y el resto de la travesía esa tarde discurrió sin incidencias. Al caer la noche nos organizamos una cena con las provisiones adquiridas esa mañana.

En ese momento no lo sabíamos, pero la situación se repetiría. Los pueblos que íbamos a atravesar son muy pequeños y en ellos no había restaurantes, al menos que estuvieran abiertos.


A lo largo de la tarde el tiempo se mantuvo cubierto, anticipo de las lluvias intensas que nos acompañarían las dos jornadas siguientes. Hubo que echar mano de los paraguas en varias ocasiones.


No fue agradable ya que en el Cyrano había que tener cerrados los dos accesos al interior, para que no se inundara, y no era sencillo: los rodamientos, gastados, estaban durísimos, había que hacer una fuerza endiablada para moverlos.


Y debido a las esclusas, era preciso salir cada poco rato. Al llegar a cualquiera de ellas, si estaba cerrada era preciso atracar y esperar a que se abrieran las compuertas, y obligaba a desembarcar a alguno/a de los bicheros, clavar las estacas metálicas y sujetar los cabos. Y lo contrario para salir.


Tras dos días de lluvias le llegó el turno a las nieblas, que nos acompañarían las tres jornadas siguientes. Amanecíamos con ellas (¡a veces a 7 grados!) y seguían con nosotros varias horas, incluso hasta pasado el mediodía.


Visualmente era un espectáculo, pero había ratos en que se hacía difícil navegar y mucho más ver si venía algún barco en sentido contrario. Eso sí, tuvimos suerte, y ya al final de la temporada la navegación era mínima. También ayudaba en las esclusas, donde, a diferencia del viaje por el Midi, casi nunca tuvimos que hacer cola detrás de otros barcos.

Porota haciendo gimnasia en la cubierta del Aligoté secundada por Fely en el Cyrano, todo bajo la niebla.

Como se aprecia en estas fotos, hubo momentos sin visibilidad alguna, aunque por suerte en el canal no menudean los icebergs.

Abrazo en la niebla


Según avanzaba el día la situación mejoraba. Pero al amanecer no había visibilidad y en una ocasión nos retrasaron la salida del puerto, en Decize, ya que no se veía.


En el acceso a Decize vivimos una situación curiosa, de la que no habíamos sido advertidos. Hasta allí, y después fue igual, todos los puertos fluviales estaban directamente en el canal, pero aquí ocupaba un lago lateral con el acceso cerrado y el habitual semáforo en rojo. No vimos a nadie y nos dispusimos a esperar, hasta que un pescador nos advirtió que teníamos que abrir nosotros. El sistema, sencillo y casi obvio... cuando lo conoces, consiste en tirar de una polea que colgaba de una especie de patíbulo sobre el canal, para evitar que alguien la manipulara desde tierra. Tirando se abre la puerta y el sistema es idéntico para salir. Si este hombre no nos informa podíamos haber pasado allí la tarde.

Puerto de Decize a primera hora de la mañana

Paco y Marién dándose calorcito en la fresca mañana

Hubo que pasar casi a tientas la esclusa del puerto de Decize


Pero la lluvia, como las nieblas, son inevitables, y no tenía sentido quejarse ya que no estaba claro a quien dirigir las protestas. Siempre acababa saliendo el sol dejándonos paisajes como este.


Por el contrario, las averías en los barcos sí tenían un destinatario, y del responsable de Le Canalous nos acordamos en varias ocasiones. Una vez fueron los tres WC del Aligoté, que se obstruyeron. Les llamamos y enviaron un técnico a un puerto donde los esperamos. Tenía el instrumental necesario y lo resolvió. Nos llamó la atención, e incluso nos mosqueó un poco, que no parecieron sorprenderse, como si fuera una avería recurrente.


En el Cyrano también hubo incidencias. Una noche, al acostarnos, detectamos un motor funcionando debajo de uno de los camarotes, lo que impedía dormir y, pensamos, podía ser peligroso por si se quemaba o, directamente, estoupaba. Tras muchas vueltas y una vez despertado el almirante en jefe y otra operaria, Álvaro encontró la forma de pararlo dejándolo inutilizado. Se trataba de la bomba de achique. Fely y Ana se quedaron un poco heladas pues ya era muy tarde y la temperatura descendía mucho, pero encontraron la forma de abrigarse hasta que el problema se resolvió.


Con todo, lo más grave fue que el motor de este barco perdió fuerza una tarde y en vez de a 5 nudos se movía más o menos a la mitad. Pensamos que se habían enganchado en la hélice plantas acuáticas que cubrían el canal como si fueran algas o sargazos. Hicimos intentos para soltarlas, parando de golpe y dando marcha atrás, sin éxito. Tras un par de horas de suspense al final se normalizó, pero la alegría no duró demasiado. El problema se reprodujo en días sucesivos pero, como no llegó a pararse del todo, decidimos pasar de Le Canalous, a cambio de navegar lentos y obligar a hacerlo también al Aligoté.


Pero hubo más y no precisamente por culpa de los barcos. El tercer día de navegación, tras superar la esclusa de Guetin, la única doble y de una considerable altura, seguíamos la ruta para acercarnos a Nevers cuando descubrimos.....


¡UN GRAN TRONCO BLOQUEANDO EL CANAL!


No dábamos crédito. No lo entendíamos. Atracamos en el canal y nos acercamos por tierra a ver si había forma de sortearlo, pero nada. Ocupaba toda la anchura y era de un tamaño considerable.


Dedujimos que se habría caído ese mismo día, pero horas antes como mínimo, ya que habían serrado la parte del tronco que ocupaba el camino lateral para permitir el paso de vehículos.

En el video de Beni queda clara la situación.

Ante lo inevitable, dimos marcha atrás hasta un pueblo que acabábamos de superar. Supuestamente Plagny contaba con una pizzería, que estaba cerrada, así que nos acostamos sin saber si podríamos continuar nuestra ruta y cenando nuestras viandas. 


A la mañana siguiente acudimos a la Mairie del pueblo a ver si podíamos obtener información. En el Aligoté se habían levantado alborotados ya que el sistema de agua no funcionaba, con lo que ello implicaba. Este segundo problema fue comunicado a Le Canalous, que de nuevo mandó un operario y lo resolvió a lo largo de la mañana. Por suerte, una de las viajeras tenía que quedarse en el barco a trabajar y pudo esperarlo.

Respecto al tronco, en la Mairie fueron muy amables pero del árbol no sabían nada y sugirieron que podían tardar días en quitarlo. Con esta información, después de llamar para que nos vinieran a buscar en tres taxis, salimos para Nevers, histórica ciudad que resultó una joyita y nos hizo olvidar el bloqueo.

A media tarde decidimos volver recorriendo a pie los 11 kilómetros que separan Nevers de Plagny, la mitad de ellos junto al canal. Nuestra sorpresa fue total al llegar al lugar del tronco y ver que había sido retirado. Corrimos a los barcos y rápidamente nos pusimos en ruta para recuperar el tiempo perdido.


Para no dejar nada en el tintero, señalar que el Cyrano padeció también inundaciones los días de lluvia e incluso con las intensas nieblas. Por las ventanas de los camarotes, que no ajustaban bien, se colaba el agua y mojaba las camas. Uno de sus dos camarotes se empapó totalmente la primera noche; después, ya avisados, procuramos remedios caseros para aminorar el problema.


En algún caso las incidencias fueron motivadas por despistes nuestros, como la sombrilla que cayó al agua tras rozar con la rama de un árbol, aunque pudimos recuperarla y no se había dañado.


Superados estos obstáculos, en una maravillosa tarde soleada llegamos a Digoin, donde en la mañana del sábado 25 entregamos los barcos. Milagrosamente, los inconvenientes relatados no nos impidieron cumplir nuestro plan de viaje, mérito atribuible a la celeridad mañanera con la que el almirante jefe obligaba a la flota a soltar amarras, posiblemente con parte de la tripulación aún somnolienta o....