miércoles, 14 de mayo de 2014

(4) Llegan las esclusas (Argeliers-Narbonne)

Estamos de vacaciones, no en una regata, y el ocio se impone. Así que vimos llegado el momento de darle un poco de tralla a las bicicletas que para eso las alquilamos, aunque el suelo del camino, con piedras y rugoso, no hacía muy cómodo este medio de transporte. Por lo de pronto se utilizaron por las mañanas para ir a la patisserie. De allí vienen Porota y Ana en el puerto de Argeliers, de buena mañana. El barco naranja que se ve es el de la francesa que nos montó el pollo el día anterior (al que casi abordamos), por supuesto sin razón.
Salimos de Argeliers como siempre, sin prisas, que además los escluseros no empiezan hasta las nueve de la mañana, un rigor que no afecta a las automáticas, que abren a demanda mediante unas máquinas ad hoc, que fue el caso esa jornada.

En un determinado momento, justo el que se ve en la foto, nos salimos del Canal du Midi hacia la izquierda para enfilar el Canal Junction y llegar al Canal de la Robine, patrimonio de la Humanidad. Y no es para menos.
El día prometía, de nuevo soledado, ventoso y con temperaturas frescas, sobre todo al comienzo de la jornada.
Sabíamos que iba a ser nuestro bautismo de fuego: el inicio del paso de las esclusas, algo así como atravesar un desfiladero para un ejército de la antigüedad. O sea, un reto. El proceso es siempre el mismo: a la llegada, si está abierta te cuelas y si no, lo habitual, esperas. Hay semáforos que te indican si alguien esta bajando (caso de ser de subida, sino al revés) y entonces te pones a la cola si hay ya algún barco. Lo normal es que puedan entrar tres, dos si uno es grande como el del túnel del día anterior. 
 
 Nuestro sistema consistía en desembarcar a las recogedoras de cabos (no es sexismo, pero fue un papel que asumieron en exclusiva Beni, Mariajo, Porota, Fely y Ana) y entrar después. Ellas sujetaban los cabos a los poyetes allí existentes para arrimar el barco. Luego, espera para que suba el agua igualando el nivel con el siguiente tramo, apertura de compuertas y de nuevo a navegar. Si es doble, o triple, que también las hubo, a repetir el proceso. Y en el momento final, previamente recogíamos a las desembarcadas. Muchas veces iban andando hasta la siguiente, distante 700 o 1.000 metros, pero rapidito ya que debían llegar antes que el barco.
Y la primera que pasamos sin problemas, ¡bingo! Después vendrían otras seis en la siguientes tres horas. 
 
A lo largo de este día observamos un cambio en el paisaje de mayor variedad: los hasta ahora permanentes plátanos habían dado paso a pinos de gran porte y amplia copa. Habría más cambios, incluidos cipreses.
Tras pasar varias esclusas el proceso se fue haciendo un tanto rutinario y mecánico, demostrando cada vez una  mayor soltura por parte de los dos equipos. De hecho, por algo nos alquilaron los barcos sin pedir referencias.




Antes de llegar a Narbonne el canal entró en el río Aude, por el que circulamos unos cientos de metros antes de entrar en el canal de la Robine que lleva a esta ciudad y que está declarado Patrimonio de la Humanidad. Nada de particular... sino fuera que en estre tramo por el río hay dos cascadas peligrosas si el barco se acerca. 
 

Fuimos con mucha precaución pues Álvaro nos había advertido de su existencia. En los ratos tranquilos, algunas se aprestaban a hacer prácticas...

El fin de jornada fue Narbonne, una población de 32.000 habitantes con una gran historia a sus espaldas.Lo primero que hicimos fue ir a comprar detergente para fregar, que pensábamos había en el barco, pero no. Hasta ese momento lo habíamos suplido por gel de baño.

Su plaza principal es chula. 
 
En el centro se conserva un tramo de la Vía Domitia romana.
Sobre todo el palacio acastillado que actualmente es su ayuntamiento



Recorrimos el casco antiguo paseando con tranquilidad, pues no es muy grande. 

Antes, disfrutamos del incidente del día: sólo quedaban Paco y Mariém en un barco, con la intención de reunirse con el resto al acabar de ducharse y se les acercó una señora para decirles que la plaza en la que habíamos atracado era suya. Llamada de teléfono, regreso del grupo, negociación con la señora con participación de otro barquero que nos defendía, etcétera. El acuerdo, satisfactorio, fue que arrastráramos al Ravel y al Tournesol unos metros para adelante a fin de hacerle sitio al suyo. Era un puerto con servicios (agua, con la que rellenamos a tope los depósitos, y luz) y existían normas, que desconocíamos.
La catedral es un mazacote enorme con mezclas de muchas épocas que no visitamos.
 Estaba cerrada.


El canal de la Robine atraviesa la población y la divide, pasando por delante de un precioso mercado (abajo).

El punto final del recorrido fue un restaurante, como era obligado, llamado En face (Enfrente) situado en una amplia avenida peatonal que bordea el canal. Cenamos muy bien otra vez y probamos los moules (mejillones) con ajo y perejil, un aliño riquísimo para unos minúsculos bivalvos. Nada que ver con los nuestros. Tomamos también Dos de Cabillaud (un bacalao), pez espada y carne.

Había una foto de la cena y alguna más , pero la tarjeta que las contenía y la cámara contenedora acabaron en el fondo del Canal, junto con unas gafas de sol.....Gajes de la peripecia.
Nos despedimos con la imagen del patio del ayuntamiento, que en su momento fue la casa del Obispo, un casoplón, que la iglesia siempre fue austera .
De vuelta al barco, alguien nos vigilaba desde una ventana en el canal.

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