jueves, 15 de mayo de 2014

(5) Navegantes intrépidos (de Narbonne a Le Somail)

Está claro que no vinimos a aprender a bogar la mar océana en el Canal du Midi pero, como las esponjas, absorbemos incluso sin querer. Con tres días de experiencia ya nos veíamos casi como patrones avezados, sobre todo nuestros capitanes, monsieur Ravel (Alvaro) y monsieur Tournesol (Alfonso). Así fuimos resolviendo las incidencias, que habelas húbolas. En fin, que de mañana abandonamos Narbonne para desandar el camino del día anterior. No fue preciso dejar miguitas, como en el cuento de Pulgarcito, pues el canal cumple esa función. Lo que se llama perderte, como que es imposible.

Lo primero fue atravesar la esclusa existente a la entrada de la ciudad... pero al revés, bueno, lo que nosotros consideramos así. Todas habían sido de bajada y ese día fueron todas de subida: la primera vez sorprende, luego ya te acostumbras.

Como otros días, la mañana se inició soleada pero fresquita, y ya veis que la tripulación no se apeaba de chubasqueros y jerseis. La O´Neill se animó también a coger el timón por un rato.

Así fueron transcurriendo las horas, con la novedad de que las márgenes del canal estaban más tupidas de vegetación de lo que venía siendo habitual.

Volvimos a atravesar la peligrosa zona del río del día anterior. Ya se iba notando más seguridad en el gobierno del barco, facilitado por un poco de menos viento.
Sorteando barquitos de otros y pasando esclusas el día iba transcurriendo, aunque a veces con algún sobresalto.

Por ejemplo, el de la esclusa de la foto inferior, de nuevo ya de subida, pero con unas paredes tan altas que lanzar el cabo y recogerlo precisaba mañas de vaqueros del Far West, ésos que practicaban todo el día con el lazo. No debía decirlo, por aquello de la imagen, pero en ocasiones hacían falta varios intentos para tener éxito y ya con el cabo empapado de tanto caer al agua.

Las recogedoras de cabos, como siempre, atentas a la operación.
El sucesillo del día no fue grave, pero nos puso a prueba. Y es que en el momento clave de entrar en la esclusa, cuando los bicheros tienen que dividirse y atender al palo para no golpear las paredes y a la vez aprestarse a lanzar el cabo... pues va y a la Tournesol se le para un motor delantero. ¡Frenesí, nervios, órdenes del capitán para que un grumete corriera a darle al botón y lograr recuperar el control de la embarcación!

Excuso decir que a partir de ese  momento, cuando llegaba un paso de esclusa a Fely se le acababa la tranquilidad: directa al fondo del barco para estar cerca del botón por si acaso.

Resuelto el pequeño incidente, el equipo de cocina se esmeró y preparó tostas con atún y pimiento asados, de rechupete, que junto con las sardinillas y la ensalada con huevo cocido y esparragos fue rápidamente engullida. 
Lo hicimos en un plácido rincón del canal, entre dos esclusas.

Tras tanta aceleración,  dedicamos un rato a echar una siestecita, varios a jugar al chinchón, leer, dar una vuelta en bicicleta...


En estas dos fotos se puede apreciar como se reparten el espacio tres barcos en una esclusa tipo, ni grande ni angosta. Y como toda la tripulación está en su puestos, unos en los barcos, tirando de los cabos para mantenerlos pegados a la pared, y otros sobre el muro para cuando llegue el momento de soltarlos. 

Quien tenía que tener mucho cuidado era Marién, pues en el Ravel no había barandilla, y si tenía cualquier problema con el cabo podía acabar en el agua. 

Por si las moscas, terminó utilizando un cinturón suyo para atarse al barco. Fue una buena idea.

Ya habíamos comentado que en contadas ocasiones el canal discurre aéreo, pasando sobre ríos. En las dos  fotos inferiores se puede apreciar uno de ellos. Navegando se siente una sensación extraña, como de ir por un acueducto.





Ni mucho menos corresponde a estas imágenes, pero el viento también nos jugó una mala pasada. Una suplente decidió sustituir a Alfonso y el barco acabó en las piedras, bueno, en realidad una orilla de tierra y yerba, lo que hizo que todo se quedara en un sofoquillo.


A Le Somail llegamos pronto y recorrimos en poco rato este pequeño pueblo, que da la impresión de vivir del canal, que es la única parte un poco interesante. Merendamos fresas y cerezas que compramos a una pareja mayor que tenía un pequeño almacén al borde del canal.
Por si alguien no lo tenía claro, en el puente mayor, y único, nos retratamos por afinidades, quedando en evidencia que había una cierta mayoría femenina.
Por lo que tuvieron derecho a doble foto y juro que no fue hecha a traición.
Cenamos en L´Auberge de Somail, donde la encargada también se defendía en castellano y estuvo bien. 

La mayoría optó por un menú de ensalada de (queso de) cabra caliente y sepia con alioli o filete más crema catalana por 17 euros. Otros prefirieron una fideua con langostinos, aunque el cocinero se mostró un poco reticente en servirla a unos españoles. Pero estaba muy buena y así se lo dijimos: sólo sobraba el chorizo.La foto siguiente corresponde al postre que se encasquetó uno de los capitanes entre pecho y espalda, para recuperarse de los sustos....
Aunque el pueblo es pequeño, allí tiene su base una de las compañías de barcos de alquiler, Nicols, y exhibía más de una veintena atracados en batería y muy juntitos. El único sitio donde comprar pan o cruasanes (previo encargo) era un barco habilitado como tienda que operaba también como tienda de recuerdos. Reservamos para la mañana siguiente.
De regreso a los barcos, nuestra pennichette ofrecía esta agradable imagen con luz eléctrica antes de oscurecer el día del todo (teniendo en cuenta que solíamos cenar a hora francesa sobre las siete y media de la tarde).
También  comentamos impactados el asesinato de la presidenta de la Diputación de León, del que acabábamos de enterarnos al conectarnos a Internet en el restaurante. Nueva partida a los chinos y a descansar.


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