Finalizada la singladura, aunque siendo ecuánimes, habría más bien que hablar de singlablanda, se imponía el ocio y el turisteo.
No por casualidad habíamos puesto el punto y final en Carcassonne, esta bella y turística ciudad con sus murallas y castillo magníficamente recuperado.
Pasamos allí el sábadoy la mañana del domingo. Con sus 50.000 habitantes, es perfectamente abarcable en día y medio.
La ciudad moderna es chula y agradable, pero la notoriedad de la villa es Carcassonne "la vieux", la Cité.
El enorme recinto fortificado, al fondo, detrás del puente viejo, ofrece numerosas vistas e imágenes. Los primeros indicios de su existencia datan del siglo VI antes de Cristo, y ya era una fortaleza sobre una colina. Desde entonces se han sucedido la construcción de murallas sobre otras anteriores.
Este complejo histórico es patrimonio de la humanidad desde 1997.
Alguien del grupo comentó que es el tercer lugar más visitado de Francia después de París, claro, y el Mont Saint Michel.
El sábado, nada más dejar las cosas en el hotel, que estaba estratégicamente situado muy cerca de la fortificación, subimos a verla aún sin habernos podido duchar ni cambiar de ropa (recordaremos que en los barcos no había agua y en el hotel no podíamos entrar hasta las dos). Visitamos el castillo que se encuentra en su interior. Hay que pagar y pagamos, y es razonable.
Su mantenimiento debe ser carísimo. Es una visita larga, pero bien señalizada y los paneles informan de forma clara. Hasta vimos un video explicativo muy interesante.
Desde las murallas y el castillo, esta es la vista de la ciudad moderna: amplia, extendida, con el río Aude atravesándola y sin ningún androficio que machaque los ojos.
A mediados del siglo XIX sus murallas estaban tan deterioradas que se planteó su demolición. Se inició una campaña para evitarlo de la que surgió el nombramiento del arquitecto Eugene Viollet le Duc como encargado de su recuperación.
Al parecer, tuvo que elegir el momento histórico que se iba a mantener el recinto fortificado, lo que no fue sencillo y de hecho entre las murallas aparecen restos de otras anteriores.
En cualquier caso, fue una labor de décadas pero el resultado es ahora muy apreciado.
Dentro del conjunto hay iglesias, palacios y callejuelas.
En la siguiente foto, el capitán Tournesol intenta, con poco éxito, levantar unas piedras que en realidad eran proyectiles de cañones.
El centro de la Cité está lleno de tiendas y de restaurantes con llamativas terrazas. La de abajo, sin embargo, está fuera de las murallas, aunque no muy lejos, situada enfrente de nuestro hotel. Por eso la elegimos para picar algo a la hora de comer.
El hotelito, un modeso tres estrellas con precio de cuatro o más, tenía una piscinita. Los altos precios de la ciudad se deben al elevado número de turistas que recibe. Aquí el grupo sorprendió a Juanma con una libreta de notas tipo antiguo (forro de piel y hojas casi de pergamino) con la idea de que la utilice para las notas del blog en el futuro viaje a Nueva Zelanda. Álvaro no sabe qué hacer para engancharnos. Aunque tampoco hace falta mucho esfuerzo.
El río cruza la ciudad, que sufrió en las últimas décadas del siglo XIX importantes inundaciones (en la de 1891 el nivel subió ocho metros y destrozó parte de la urbe). Nosotros lo vimos bastante tranquilito y con escaso caudal.
No sabemos qué bicho era éste. Quizás una nutria.
Para resumir, se considera que es la mayor fortaleza de Europa por su complejidad y dimensiones. Contaba con cuatro líneas de defensa y nunca fue conquistada desde que tiene el aspecto actual. Sí tras un cerco en el siglo XIII, en 1209, cuando era un pequeño castillo, en la cruzada contra los albigenses o cátaros, los herejes a los que sometieron por indicación de Roma. Por la zona su historia aparece por todos los lados.
Por la noche Manolo reservó en La table de Norbert, un restaurante especializado en carnes (hubo quien se salió del guión y pidió unos langostinos en lo que fue una clara equivocación) que hacen a la brasa a la vista de todos. El tal Norbert anda por allí con su traje de cocinero, su pelo largo y blanco y su abundante tripa departiendo con los clientes.
A los postres Manolo invitó a quien quiso a un armagnac para celebrar que el Atlético de Madrid había ganado la liga. No se lo despreciamos. De regreso, parte del grupo subió a hacer una visita nocturna al castillo, que ofrecía esta espectacular imagen que actuaba como un imán. Dentro, con las tiendas cerradas, parecía otra Carcassonne bien diferente a la que se ve a la luz del día..
ULTIMO DIA
Al día siguiente teníamos hasta las 14:30 para seguir holgazaneando y regresamos a la fortaleza, a sus terrazas y a sus numerosas tiendas de todo tipo. Es muy agradable para callejear.
En la visita no faltó la catedral de Saint Nazaire.
Algunos también visitamos un museo de la escuela antigua (años 40 y 50), privado, muy curioso. Nos recordó otro similar que visitamos en un pueblo del Camino Primitivo en Asturias.
No podía faltar un selfie del capitán Ravel.
Último rato para las fotos turísticas en los antiguos fosos, reconvertidos en zona verde.
Y a la hora convenida llegó el autobús, esta vez puntual y con capacidad para todos (pero ajustaditos, eh, muy ajustaditos de espacio) y en las tres o tres horas y media de camino hasta aeropuerto de Barcelona aprovechamos para descansar de no hacer nada. Huelga decir que la mayoría se aprestó a echar una buena sonatina. Adiós Carcassonne...
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