lunes, 12 de mayo de 2014

(3) Turbulencias (Beziers-Argeliers)



Paisajes idílicos y unos barcos sencillos de manejar. Eran dos supuestas verdades de las que partíamos de la que solo se confirmó la primera, y estas fotos son la prueba. El canal ideado en tiempos de Luis XIV discurre flanqueado de majestuosos plátanos y rodeado por hectáreas y hectáreas de viñedos del Pays d´Oc.

Aunque se ven plátanos imponentes, hay zonas donde están enfermos y han sido talados o siguen en pie sin hojas, suponemos que para intentar salvarlos.




Pero lo de conducir nosotros los barcos, y no los barcos a nosotros, se reveló más un deseo que una realidad en esta jornada de domingo, la segunda de nuestra semana náutica.

Empezamos con bríos: haciendo demostraciones de sujetar los cabos al atracar con los punteros y nuestro martillo, exhibiendo los bicheros casi como aparentes armas ofensivas y permitiendo que los capitanes suplentes hicieran sus pinitos.


Previamente, como harían casi todos los días, varios voluntarios se dirigieron con las bicis al pueblo para comprar el pan, incluídas unas tortas marroquíes, pues Beziers está lleno de inmigrantes, y cruasanes para desayunar: una delicia.


Pero el fuerte viento no amainó y en ocasiones el Ravel y el Tournesol se nos iban de las manos, dirigiéndose por voluntad de Eolo contra los márgenes e incluso girándose 180 grados para nuestra desesperación. Suerte que debía ser la patrona de la Guardia Civil del Canal de Midi y los agentes estaban todos de fiesta.

En determinado momento sobrevino una de las crisis del día al inutilizarse los motores (eléctricos) delanteros del Tournesol, los que permiten enderezar el barco cuando tuerce el rumbo (el Ravel no los tiene y se depende solo del timón, lo que obliga a una condución de mayor pericia). Ante nuestra sorpresa dejaron de responder al correspondiente botón y nos entraron unos ciertos sudores del tipo «¡y ahora que hacemos!».
Como no podía ser de otro modo, hicimos lo que buenamente pudimos: estábamos cerca de Colombiers, el puerto de salida, y logramos llegar con dificultades. Lo de las dificultades es un decir puesto que no hubo más remedio que entrar en el puerto, directamente, marcha atras.  Era domingo  y menos mal que había poca gente. 

También la oficina de Canalous estaba cerrada, pero tras la llamada de un señor de esos que manda la providencia, apareció el técnico, al que vemos en la foto superior llegando con Álvaro y Mariajo al barco supuestamente averiado. Según supimos entonces, los motores eléctricos no pueden pulsarse más de cuatro segundos, pues se paralizan. Y en caso de que pase, hay un botón en un lugar escondido de un dormitorio para que vuelvan a la vida, información privilegiada que el monitor del día anterior se cuidó mucho de darnos. Así, sencillamente, pudimos continuar la singladura mucho más seguros. Después comprobaríamos que a lo largo de la semana se desconectarían en numerosas ocasiones, pero ya teníamos el antídoto.

A la salida de Colombiers, encontramos uno de los  muchos puentes recortados en los que peligraba la cabeza del capitán. Era casi un milagro, pasar sin rozarlos con nuestros paquebotes.


Mientras tanto, el viento seguía haciendo de las suyas... en nuestros barcos y en los de los demás. En una ocasión, otra embarcación se vino directa hacia el Tournesol, pero nadie tuvo la sangre fría de pensar en tomar una foto. Nos enfiló casi con ganas al abandonar ellos una compuerta en la que nosotros íbamos a entrar, y nos asustamos. Cuando el choque parecía inevitable, logró frenar y no hubo colisión, pero no faltó demasiado.Aunque los tres de la siguiente foto están muy serios, lo cierto es que, pasados los momentos de estrés, nos reíamos con ganas .

Otro momento vamos a llamar curioso lo vivimos al atravesar el mayor túnel de todo el recorrido, nada menos que 200 angostos metros en los que había que ir con los sentidos alerta para no golpear los laterales del barco. Por suerte, ya empezábamos a familiarizarnos con términos como proa, popa, babor o estribor, que utilizábamos como si fuéramos lobos de mar. Salvo en las crisis, donde no pasábamos del "alante" ,"atrás", "dále"...

Volviendo al túnel, nuestra Armada iba en su formación habitual: el Ravel delante, dada la experiencia de Álvaro,y el Tournesol, detrás, cerrando. Al enfilar el túnel, desde el segundo vimos una enorme barcaza que se acercaba por el otro lado e hicimos ademán de parar, para que pasaran ellos. Desde el Ravel, que en principio no lo vió, se lanzaron al interior y no nos quedó otra que seguirlos.

Llegados más o menos a la mitad se produjo la escena que refleja la imagen superior: dos barcos enfrentados, y claro, alguno tenía que ceder. Decidimos que el rival era más fuerte y empezamos nerviosos una marcha atrás delicada, primero el Tournesol, que iba detrás, y luego el Ravel. Hubo suerte y lo hicimos sin golpes añadidos, aunque no sin sudores fríos.
En estas dos fotos se aprecia como la barcaza (que era de pasajeros y tienen siempre prioridad) sale del angosto túnel y pasa a nuestro lado, orgullosa, segura de su hazaña al hacer retroceder a dos barquitos de guiris. Pero así fue, y así lo contamos, que vamos siempre con la verdad por delante.

Dadas nuestras humildes aspiraciones, quedamos encantados cuando al fin pudimos pasar el puñetero túnel sin más dilaciones.

Para celebrarlo montamos nuestra primera comida a bordo, con la duda de si seríamos capaces de sentarnos los 13 a la mesa en un barco diseñado para ocho pasajeros. Otro triunfo completo: hicimos la comida y el refrigerio salió estupendamente a base de completa ensalada, variado fiambre y fresas, un menú que se repitió casi a diario, con algunas variaciones. Un lujazo acompañado de pan del día, riojita y cervezas.


No hay fotos tampoco, claro, pero el otro momento tenso del día lo vivimos al atracar en el puertecito de Argeliers para pasar la noche.

Pues eso, que el Tournesol decidió tener otro momento de criterio propio aprovechando el fuerte viento reinante. Se giró por completo y nos acercamos peligrosamente a un barco atracado. Prestos, tiramos de bicheros para evitar el golpe, pero la señora (una histérica) se puso a gritarnos que aquella era su casa y su pintura era muy cara. Lo sería, sí, pero no tenía colocada ninguna de las defensas. Optamos por callarnos y resolver cuanto antes la situación, que aún tardó. Se pasó siete pueblos y era evidente que los navegantes ocasionales no le caían bien.
La otra cara de la moneda fueron los encargados de un quiosco de pizzas y cervezas montado al estilo francés, en una caravana. Sin nadie pedírselo vinieron a ayudarnos en el atraque/enderezamiento del Tournesol, lo que nos vino muy bien. Un rato después, como agradecimiento no declarado, nos tomarmos unas cervezas en su chiringuito. Siempre hay gente amable que hace olvidar otros comportamientos.
Pese a todo esto, hubo momentos para el descanso, para fotos estupendas.

 Para el envío de algunos mensajitos.

Para dar algún paseo.

Y para la conducción tranquila en un entorno muy agradable, aunque el viento nos hacía abrigarnos más de lo previsto.


El paisaje, los pueblecitos y los puentes nos hicieron disfrutar mucho en esta jornada en la que lo fundamental era familiarizarnos con los elementos y el entorno. Por suerte, todavía no habían llegado las esclusas....

Álvaro había previsto cenar en el puerto, situado a un kilómetro del pueblo, pero  el local de Le Chat qui pèche, muy conocido, estaba cerrado por ser domingo. 
 
Así que nos dimos el paseo y conocimos esta agradable localidad. Recalamos en el restaurante La table des 87, un nombre que nos pareció extraño, pero en nuestra visita turística entendimos la tal denominación: en la primavera de 1907 hubo una revuelta de viticultores que la iniciaron 87 en Argeliers, y en junio protagonizó una manifestación de 600.000 personas en Montpellier. Fue muy sonada y en las calles de la pequeña zona antigua tienen un museo al aire libre que relata esta movida, con fotos de época y muy bien contado. Nos empapamos a fondo y los interesados pueden consultar esta movilización gremial contra los bajos precios del vino en San Google.

Y respecto a la cena, pues solo decir que fue estupenda, calificativo que se iría repitiendo en días sucesivos. Especialmente un plato de vieiras excelente, y también tomamos carne, ensalada de queso de cabra caliente (plato al parecer habitual en la zona y que nos ofrecieron casi todas las noches), o foie (salvo algunos del grupo que lo tienen vetado por motivos éticos).

Y tras la enchenta, paseo de regreso, abluciones y oraciones, digo juego de los chinos, y a dormir, que el día había sido largo e intenso.



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