Salimos de Homps rodeados de viñedos y de bodegas en las márgenes del canal. Y con una sorpresa: no hacía viento. El cambio era radical: tiempo más suave, manejo del barco más sencillo y no era necesario atarse las gorras.
Pasamos muy pronto la primera esclusa, en la que pese a nuestro cuidado rozamos contra el borde la barandilla metálica del Tournesol. Cosas del directo, pero nos conjuramos para tratar de disimular la rozadura al llegar por aquello de nuestra reputación... y la fianza, claro.
En este trajín pasamos una esclusa doble con colas de barcos a ambos lados: nos llevó cerca de dos horas y elucubramos sobre lo lento que debe ser un viaje de estos en verano, con el canal lleno de barcos.
Pero lo cierto es que en estos días de mayo se hace con tranquilidad, sin agobios y tiempo suave, aunque un problema inesperado nos iba a tensionar en la parte final del viaje, algo con lo que no habíamos contado.
En este día oasis, tranquilo, cómodo y ronroneante menudearon más los viajeros por tierra, con los que nos saludábamos al pasar.
Y fue un día más cómodo para las caberas, a las que había que desembarcar a las bravas al llegar a una esclusa o a la hora de hacer un alto. Esta es la prueba gráfica de cómo arriesgaban sus vidas en la empresa.
Y luego a tirar con fuerza para acercar el barco al muelle, que hubo quien a la vuelta tuvo una rotura de fibras por el esfuerzo, pero ya sabéis que lo que ocurre en un viaje allí se queda, sea lo que sea. Por tanto, sin nombres.
Tras el desembarco, lo dicho: subida a la esclusa para allí coger los cabos, los nuestros y a veces los de algún parásito como los del Alicante que ya relatamos. En una de éstas operaciones se produjeron las pérdidas de una cámara y unas gafas que pasarán sus años en el canal recibiendo a inexpertos navegantes.
Y en las esclusas, los escluseros solían vender productos de la tierra (mermelada, vino, etcétera), suponemos que para redondear sus ingresos. Este iba mucho más lejos y ofrecía curiosas esculturas. En el grupo alguna se llevó un rechoncho pollito que tenía su gracia, pequeño, que teníamos que volver en avión.
En la misma esclusa coincidimos con un barco de los de alto standing, el Enchanté en la que un anciano caballero era cuidado por una solícita mujer negra mucho más joven y de buen ver.
El tema dio mucho que comentar ya que volvimos a verlos más veces, también por tierra. La chica le llevaba el bastón...
El tema dio mucho que comentar ya que volvimos a verlos más veces, también por tierra. La chica le llevaba el bastón...
Otras muestras de las habilidades artísticas expuestas en las esclusas.
En la espera de una de las esclusas la cosa se fue dilatando y decidimos instalarnos en cubierta a tomar un aperitivo. Empezamos el Tournesol...
...y siguieron los compis del Ravel. Instalamos las sombrillas para no estar agobiados por el sol y la cosa se nos fue de las manos. O sea, que a lo tonto hicimos la comida del mediodía.
Excuso decir que pese a la organización y disciplina que adquirimos, elevada en tan poco tiempo, los capitanes eran laxos con la indumentaria. Vamos, que cada uno se vestía a su bola, tanto que alguien realizó durante la jornada una exhibición de pareos, quizás porque pensaba que nuestro destino era el Caribe.
Y así llegamos a la primera esclusa triple de nuestra historia. Una vez superada, nos dedicamos a buscar un sitio en medio del campo para establecer el campamento base para esa noche, o sea, el lugar de atraque de los barcos. Aquí otra capitana de pro, que lo mismo tiraba del barco con sus brazos que cogía los mandos del timón.
Habíamos decidido parar una noche en el campo, en medio de la nada, para hacer una fiestecita y poder cantar y bailar y poner música con libertad, ya que en los puertos no se podía armar follón. También optamos por cenar en el barco: teníamos tantas provisiones que o las íbamos gastando o sobrarían muchísimas.A la hora del postre, nos tomamos una copita de espumoso portugués que Juanma fue a comprar al pueblo en bicicleta. La idea era champán o cava, pero fue lo que encontró en la tienda de un portugués. Motivo, celebrar el 15 de mayo, fecha destacada en su vida y en la de Ana.
Habíamos decidido parar una noche en el campo, en medio de la nada, para hacer una fiestecita y poder cantar y bailar y poner música con libertad, ya que en los puertos no se podía armar follón. También optamos por cenar en el barco: teníamos tantas provisiones que o las íbamos gastando o sobrarían muchísimas.A la hora del postre, nos tomamos una copita de espumoso portugués que Juanma fue a comprar al pueblo en bicicleta. La idea era champán o cava, pero fue lo que encontró en la tienda de un portugués. Motivo, celebrar el 15 de mayo, fecha destacada en su vida y en la de Ana.
Y después de acercarnos a Trèbes andando o en bicicleta, la cocina se puso en funcionamento y cenamos en el mismo barco.
Después nos instalamos en cubierta con nuestras copitas a escuchar música de los ochenta, contando con una alíado inesperado: la luna. Era una noche negra, negrísima, de esas que en el pasado esperaban los ejércitos para atacar con posibilidades de no ser detectados. Sin embargo, al poco rato empezó a aparecer la luna por el horizonte con una impactante claridad, amarilla y rojiza, que le dio un toque de glamour a nuestro guateque.
Del cachondeo, poco hay que decir.
Bailamos, cantamos, y sobre todo reímos.
Aunque hubo quien no pudo dejar de lado su aficción a la astronomía.Álvaro con sus prismáticos nos fue mostrando lo que aseguraba era la estación espacial en su órbita a la tierra (todos dimos por seguro que era así) y también nos mostró algunos planetas. Cultura y ocio, un maridaje excepcional.
Y en medio de tanta risa, juerga y emoción, hubo quien no se resistió a pimplarse de un lingotazo la copa de whisky de su media naranja, ante la sorpresa del aludido, aunque, claro, con el voto de discreción del que esto escribe no puedo identificarla (verdad, Mariajo)
Los cánticos, especialmente el "cuando calienta el sooooool.....allá en la playa" fueron una parte muy especial de la noche, evolucionando desde las canciones horteras de los setenta a los clásicos de siempre sin olvidarnos de algún que otro "miudiño", con resultados opinables pero desde luego un empeño, un esfuerzo y un interés que la foto de este impagable duo deja en evidencia.
Al cabo de un rato, los canarios, con otro horario, decidieron instalarse sentados junto a la mesa de las bebidas. Hay quien dice que Víctor, siempre de guardia, constató al día siguiente notables efectos secundarios en uno de los participantes, pero el galeno, juramento obliga, no lo va a identificar (se), claro.
Pero mientras llegaban los efectos secundarios, que cara de satisfacción ofrecían ambos. (Atentos, delante de ellos, los prismáticos del profesor Reinaldo, más conocido últimamente como capitán Ravel, no era coña).
Y a la mañana siguiente.....nuestra primera tarea, deshacernos de la basura: teníamos un sinfín de bolsas (muchas con botellas) y dejamos bien repleto un contenedor. De hecho, una francesa no pudo contenerse y nos espetó picarona: "Qué, hubo mucha sed, eh?" Después avanzamos un par de kilómetros hasta Trèbes para ponernos en ruta: Debíamos llegar a Carcassonne antes de las siete para limpiar los barcos, pues a las 9 de la mañana del día siguiente los entregábamos e iban a ser revisados. De haber daños o desperfectos, peligraba la fianza. Y no estábamos por la labor, sobre todo el dueño de la tarjeta de crédito correspondiente.
No contábamos con una cola de una docena de barcos delante de una esclusa triple... que el día anterior no funcionaba. Tras algunas gestiones nos enteramos que los escluseros estaban en huelga. Se había montado un pequeño atasco y nos encontrábamos al final.
Así que avisamos a la empresa de que por esta causa de fuerza mayor, y tanto, no sabíamos si llegaríamos a tiempo. Nos dijeron que hiciéramos lo posible ya que a las 11 del sábado tenían alquilado uno de los barcos.
En nuestra espera hicimos varios recorridos por Trèbes y aquí está su iglesia.
En nuestra espera hicimos varios recorridos por Trèbes y aquí está su iglesia.
Curiosamente, al cruzar la esclusa apareció un representante de la empresa de alquiler de los barcos, Les Canalous . Había venido a confirmar nuestra situación. Estábamos muy cerca, a unos 12 kilómetros de Carcassonne, una nimiedad en coche pero en el barco unas horas, esclusas incluidas.
Para nuestra desgracia, delante de él el Tournesol enfiló el borde de la esclusa y casi la golpea. Al verlo, nos envió el siguiente aviso, o amenaza, o lo que fuera: "la caution, la caution...). Traducido, "la fianza, la fianza...".
Acabada la huelga esa misma mañana, a las 3:30 logramos acceder a la esclusa triple y luego seguimos sin parar y pasamos otra doble y alguna más, pero sobre las 6:30 de la tarde estábamos en Carcassonne.
Era un puerto de Les Canalous y nos habían dicho que allí podríamos coger agua y cargar las baterías. Sin embargo, la oficina ya había cerrado y no había grifo del que cargar el Tournesol, que se quedó sin agua. Por tanto, zafarrancho de combate para limpiar los barcos... con agua que sacamos del canal en cubos. Un lío. Y es que tampoco teníamos jabón de fregar para echarle al agua.
Enfin, que hicimos lo que pudimos durante dos o tres horas.Hubo momentos en los que todo el mundo estaba sacándole lustre a algún punto de alguno de los barcos. Al final el resultado fue más que aceptable. Por fuera más o menos y por dentro, barridos y muy recogiditos, eso sí. A la mañana siguiente éramos los primeros a las 9 para la inspección, y la pasamos con nota. No sabemos si en ello tuvo algo que ver la estrategia de Manolo, que conoce bien a los franceses: colocó encima de la mesa nuestras abundantes sobras (una botella sin abrir de ginebra, tres de rioja, ventitantas cervezas y alguna cosa más).Como las cosas hay que hacerlas bien, le dijo algo así como que nos había sobrado y no sabíamos que hacer con todo ello pues volvíamos en avión. "Pour le patron", respondió de inmediato. Y tras un vistazo somero soltó un "impecable" que hizo que los trompazos se volvieran invisibles y recuperáramos íntegra la fianza. El hombre sonrió con ganas llamando a los capitanes por el nombre de los barcos, encantado.
Y desde aquí, a buscar nuestro hotel en Carcassonne (el que se ve en la foto) esta preciosa ciudad amurallada del sur de Francia donde íbamos a pasar una jornada de ocio al uso antes de regresar el domingo, pero eso será el último capítulo.
Me olvidaba: en la noche de la fiesta Álvaro sacó a colación el tema de futuros viajes, en otoño y para el año siguiente, además de su propuesta estrella: ir a Nueva Zelanda en enero/febrero del2018 y recorrerla tres o cuatro semanas en autocaravanas. Fue aprobada por aclamación tras un largo debate, aunque por motivos logísticos y económicos, a lo mejor es preciso adelantarla a noviembre del 2017 que sale mucho más barato. Y respecto a octubre, tras tiras y aflojas se quedó en ir a Tenerife y La Gomera, con Víctor y su amigo Fernando de organizadores. Por el camino quedaron propuestas de Azores, Madeira, Córcega, Sicilia y el sumsumcorda. También se habló de otro recorrido en barco por los canales del Loira, pero se acordó dar un poco de tiempo a otra excursión nautica. Por de pronto, nuestros barquitos quedaron plácidamente atracados en el puerto y parece que a algún capitán le costaba abandonarlos.
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