sábado, 18 de septiembre de 2021

2) Averías, nieblas y ¡bloqueados por un tronco!

 Vaya por delante que globalmente el viajecito de una semana en barco por el canal lateral del Loira nos encantó y hubo momentos, la mayoría, agradables y placenteros. Como muestra, la imagen idílica de Briare poco antes de la salida. Pero a lo largo de siete días también se sucedieron situaciones de alguna tensión, jugaditas del (mal) tiempo y una serie de averías en los barcos que condicionaron la navegación, lo mismo que el tronco atravesado en el canal, que más que condicionarla simplemente la impidió durante largas veinticuatro horas. En todo caso, la profesionalidad de las tripulaciones supo dar con salidas airosas, o no, y triunfaron siempre las risas sobre las malas caras.

A Briare llegamos algo antes del mediodía del sábado 18 de septiembre, con tiempo de sobra para darnos un garbeo por la villa, gestionar la compra para la semana (pensando sobre todo en los desayunos y el almuerzo, contando con cenar de restaurante siempre que fuera posible) e incluso tomar algo para aguantar hasta la cena. Éramos conscientes de que el traslado de la compra al barco podía ser complicado al carecer de vehículo, pero no imaginábamos que lo sería tanto.

Briare es una población discreta, agradable pero algo anodina por lo que pudimos ver, y su mayor mérito es que se ubica en un extremo del canal. Precisamente por eso estábamos allí. En 2020 la idea era comenzar en Digoin y acabar aquí pero el forzoso cambio de fechas nos obligó a cambiar también el itinerario que quedó justo al revés de lo previsto.

La oficina de la empresa de alquiler de los  barcos, Le Canalous, es una pequeña nave junto al canal, en la que no imperaba precisamente el orden. Dejamos allí las maletas y nos fuimos a visitar la villa.


Francia es un país con un potente movimiento antivacunas que en septiembre salía a la calle los sábados en docenas de ciudades y pueblos. Ese día era sábado y Briare no fue una excepción. Junto al restaurante donde comíamos, en la plaza principal, se concentró un centenar de personas entonando eslóganes contra el pase sanitario, o sea, el certificado de vacunación. Después se manifestaron por todo el pueblo ante la indiferencia de los que no protestaban, y también la  nuestra.

En el extremo contrario, paseando por París nos encontramos esta curiosa camiseta provacunas.

En el paseo, una recién jubilada se prendó de la oficina del secretario general del Ayuntamiento, recordando sus tiempos en activo.

El Aligoté, casi preparado para recibirnos
Estampa del Cyrano atracado en Briare

Para avituallarnos, nos dirigimos a un Lidl en las afueras del pueblo, a un par de kilómetros, donde llenamos un montón de carros. A la hora de pagar le pedimos a la cajera que nos gestionara un taxi, algo habitual en España pero que allí no debe serlo, o simplemente no nos entendió. Dijo que no y nos puso en un brete. Si dejábamos la compra, salíamos con el barco vacío, un riesgo si no encontrábamos al menos donde cenar o realizar otra compra.

Así que tras la correspondiente llamada, el grupo que había quedado en el pueblo gestionó un taxi, con el que pudimos llevar nuestras viandas al barco. Eso sí, a la carrera, ya que otros miembros de la expedición localizaron el único sitio en el que podíamos comer ¡forzosamente a las 13:40! Tras una dosis de estrés y con el equipo de compra regresando a paso ligero a Briare, al final las piezas encajaron. El taxista, portugués, resultó ser de gran ayuda a la hora de cargar y descargar las viandas.

La compra se almacenó en Le Canalous, con las maletas, y a las tres de la tarde, la hora pactada, estábamos listos para hacernos con los barcos.

Con lo que no contábamos era con el retraso de Bruno, el encargado, que tenía más barcos que poner en ruta además de los dos nuestros. A mayores, una señora de la limpieza estaba todavía dándole los últimos toques al Aligoté y al Cyrano. Y aunque, ciertamente, no nos los dieron digamos que limpios, aguardando por las instrucciones de manejo de Bruno no pudimos salir hasta casi las seis de la tarde. Y como las esclusas dejan de funcionar a las siete, nuestro margen de maniobra esa tarde quedó muy limitado. 

Quizás por el retraso, nuestro almirante jefe, Álvaro, lucía cara seria en el momento de partir.  Lo mismo podía decirse de Alfonso, el capitán del Cyrano.

En este preciso instante, Alfonso manejaba el barco por el acueducto justo encima del Loira.

Fue sin duda uno de los lugares más espectaculares de la ruta. Nada más empezar.

A unos pocos cientos de metros del puerto fluvial se encuentra este acueducto. Construido hace casi 200 años, tiene cerca de 700 metros de longitud, 1,8 metros de calado y una anchura que daba para nuestros barcos y medio metro más o menos a cada lado. Es metálico, pero al atravesarlo no se percibe, y sirve también de paseo para las gentes de la villa.

Superada la prueba del estrecho acueducto, que salvamos sin golpear los barcos más de lo imprescindible, el personal se relajó y el resto de la travesía esa tarde discurrió sin incidencias. Al caer la noche nos organizamos una cena con las provisiones adquiridas esa mañana.

En ese momento no lo sabíamos, pero la situación se repetiría. Los pueblos que íbamos a atravesar son muy pequeños y en ellos no había restaurantes, al menos que estuvieran abiertos.


A lo largo de la tarde el tiempo se mantuvo cubierto, anticipo de las lluvias intensas que nos acompañarían las dos jornadas siguientes. Hubo que echar mano de los paraguas en varias ocasiones.


No fue agradable ya que en el Cyrano había que tener cerrados los dos accesos al interior, para que no se inundara, y no era sencillo: los rodamientos, gastados, estaban durísimos, había que hacer una fuerza endiablada para moverlos.


Y debido a las esclusas, era preciso salir cada poco rato. Al llegar a cualquiera de ellas, si estaba cerrada era preciso atracar y esperar a que se abrieran las compuertas, y obligaba a desembarcar a alguno/a de los bicheros, clavar las estacas metálicas y sujetar los cabos. Y lo contrario para salir.


Tras dos días de lluvias le llegó el turno a las nieblas, que nos acompañarían las tres jornadas siguientes. Amanecíamos con ellas (¡a veces a 7 grados!) y seguían con nosotros varias horas, incluso hasta pasado el mediodía.


Visualmente era un espectáculo, pero había ratos en que se hacía difícil navegar y mucho más ver si venía algún barco en sentido contrario. Eso sí, tuvimos suerte, y ya al final de la temporada la navegación era mínima. También ayudaba en las esclusas, donde, a diferencia del viaje por el Midi, casi nunca tuvimos que hacer cola detrás de otros barcos.

Porota haciendo gimnasia en la cubierta del Aligoté secundada por Fely en el Cyrano, todo bajo la niebla.

Como se aprecia en estas fotos, hubo momentos sin visibilidad alguna, aunque por suerte en el canal no menudean los icebergs.

Abrazo en la niebla


Según avanzaba el día la situación mejoraba. Pero al amanecer no había visibilidad y en una ocasión nos retrasaron la salida del puerto, en Decize, ya que no se veía.


En el acceso a Decize vivimos una situación curiosa, de la que no habíamos sido advertidos. Hasta allí, y después fue igual, todos los puertos fluviales estaban directamente en el canal, pero aquí ocupaba un lago lateral con el acceso cerrado y el habitual semáforo en rojo. No vimos a nadie y nos dispusimos a esperar, hasta que un pescador nos advirtió que teníamos que abrir nosotros. El sistema, sencillo y casi obvio... cuando lo conoces, consiste en tirar de una polea que colgaba de una especie de patíbulo sobre el canal, para evitar que alguien la manipulara desde tierra. Tirando se abre la puerta y el sistema es idéntico para salir. Si este hombre no nos informa podíamos haber pasado allí la tarde.

Puerto de Decize a primera hora de la mañana

Paco y Marién dándose calorcito en la fresca mañana

Hubo que pasar casi a tientas la esclusa del puerto de Decize


Pero la lluvia, como las nieblas, son inevitables, y no tenía sentido quejarse ya que no estaba claro a quien dirigir las protestas. Siempre acababa saliendo el sol dejándonos paisajes como este.


Por el contrario, las averías en los barcos sí tenían un destinatario, y del responsable de Le Canalous nos acordamos en varias ocasiones. Una vez fueron los tres WC del Aligoté, que se obstruyeron. Les llamamos y enviaron un técnico a un puerto donde los esperamos. Tenía el instrumental necesario y lo resolvió. Nos llamó la atención, e incluso nos mosqueó un poco, que no parecieron sorprenderse, como si fuera una avería recurrente.


En el Cyrano también hubo incidencias. Una noche, al acostarnos, detectamos un motor funcionando debajo de uno de los camarotes, lo que impedía dormir y, pensamos, podía ser peligroso por si se quemaba o, directamente, estoupaba. Tras muchas vueltas y una vez despertado el almirante en jefe y otra operaria, Álvaro encontró la forma de pararlo dejándolo inutilizado. Se trataba de la bomba de achique. Fely y Ana se quedaron un poco heladas pues ya era muy tarde y la temperatura descendía mucho, pero encontraron la forma de abrigarse hasta que el problema se resolvió.


Con todo, lo más grave fue que el motor de este barco perdió fuerza una tarde y en vez de a 5 nudos se movía más o menos a la mitad. Pensamos que se habían enganchado en la hélice plantas acuáticas que cubrían el canal como si fueran algas o sargazos. Hicimos intentos para soltarlas, parando de golpe y dando marcha atrás, sin éxito. Tras un par de horas de suspense al final se normalizó, pero la alegría no duró demasiado. El problema se reprodujo en días sucesivos pero, como no llegó a pararse del todo, decidimos pasar de Le Canalous, a cambio de navegar lentos y obligar a hacerlo también al Aligoté.


Pero hubo más y no precisamente por culpa de los barcos. El tercer día de navegación, tras superar la esclusa de Guetin, la única doble y de una considerable altura, seguíamos la ruta para acercarnos a Nevers cuando descubrimos.....


¡UN GRAN TRONCO BLOQUEANDO EL CANAL!


No dábamos crédito. No lo entendíamos. Atracamos en el canal y nos acercamos por tierra a ver si había forma de sortearlo, pero nada. Ocupaba toda la anchura y era de un tamaño considerable.


Dedujimos que se habría caído ese mismo día, pero horas antes como mínimo, ya que habían serrado la parte del tronco que ocupaba el camino lateral para permitir el paso de vehículos.

En el video de Beni queda clara la situación.

Ante lo inevitable, dimos marcha atrás hasta un pueblo que acabábamos de superar. Supuestamente Plagny contaba con una pizzería, que estaba cerrada, así que nos acostamos sin saber si podríamos continuar nuestra ruta y cenando nuestras viandas. 


A la mañana siguiente acudimos a la Mairie del pueblo a ver si podíamos obtener información. En el Aligoté se habían levantado alborotados ya que el sistema de agua no funcionaba, con lo que ello implicaba. Este segundo problema fue comunicado a Le Canalous, que de nuevo mandó un operario y lo resolvió a lo largo de la mañana. Por suerte, una de las viajeras tenía que quedarse en el barco a trabajar y pudo esperarlo.

Respecto al tronco, en la Mairie fueron muy amables pero del árbol no sabían nada y sugirieron que podían tardar días en quitarlo. Con esta información, después de llamar para que nos vinieran a buscar en tres taxis, salimos para Nevers, histórica ciudad que resultó una joyita y nos hizo olvidar el bloqueo.

A media tarde decidimos volver recorriendo a pie los 11 kilómetros que separan Nevers de Plagny, la mitad de ellos junto al canal. Nuestra sorpresa fue total al llegar al lugar del tronco y ver que había sido retirado. Corrimos a los barcos y rápidamente nos pusimos en ruta para recuperar el tiempo perdido.


Para no dejar nada en el tintero, señalar que el Cyrano padeció también inundaciones los días de lluvia e incluso con las intensas nieblas. Por las ventanas de los camarotes, que no ajustaban bien, se colaba el agua y mojaba las camas. Uno de sus dos camarotes se empapó totalmente la primera noche; después, ya avisados, procuramos remedios caseros para aminorar el problema.


En algún caso las incidencias fueron motivadas por despistes nuestros, como la sombrilla que cayó al agua tras rozar con la rama de un árbol, aunque pudimos recuperarla y no se había dañado.


Superados estos obstáculos, en una maravillosa tarde soleada llegamos a Digoin, donde en la mañana del sábado 25 entregamos los barcos. Milagrosamente, los inconvenientes relatados no nos impidieron cumplir nuestro plan de viaje, mérito atribuible a la celeridad mañanera con la que el almirante jefe obligaba a la flota a soltar amarras, posiblemente con parte de la tripulación aún somnolienta o.... 

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