miércoles, 15 de septiembre de 2021

1) Bonjour París! escala ideal para llegar al canal del Loira

 Hace ahora siete años recorrimos una parte del canal del Midi, el más antiguo y famoso de las numerosas vías fluviales que existen en Francia, y desde entonces pensamos en regresar para otra singladura similar. Esto es, pasar unos días en barco disfrutando del paisaje y la gastronomía, la compañía de amigos entrañables y recorrer una parte de la geografía de un país que nos encanta. 2020 era la fecha elegida, mayo el mes, y no hace falta entrar en detalles para convenir que no fue una opción adecuada, incluso ni siquiera fue opción. 

Para tenerlo garantizado, el barco se reservó (y pagó, parcialmente) un año antes, en 2019, pero llegado marzo del 2020 fue el momento del aplazamiento. Nos dieron un año para hacer el viaje y al final, como en mayo de 2021 la vacunación estaba en mantillas, la travesía se aplazó hasta septiembre. Después de tan larga espera, tuvimos el consuelo de que todo salió bien, incidencias aparte, que fueron unas cuantas.


El canal Lateral al Loira fue construído entre 1827 y 1838 para conectar el canal de Briare y el canal central en Digoin, una distancia de 196 kilómetros. Reemplazó el uso del río Loira ya que las inundaciones invernales y las sequías veraniegas lo hacían poco fiable a efectos del transporte.

 

El Cyrano resultó cómodo, pero, al carecer de motor delantero para dirigirlo, a veces difícil de manejar

Inicialmente habíamos contratado un solo barco, el Aligoté (nombre de una uva de esta región vinícola), dotado de seis camarotes dobles, pero finalmente éramos trece l@s "marin@s/mariner@s" así que optamos por duplicar la flota: al Aligoté se le unió el pequeño Cyrano, de solo cuatro plazas, lo que permitió que nueve personas del grupo fueran más holgadas en el "grand bateau". Como es costumbre, hubo sorteo sin notario en una comida celebrada antes del verano en Nigrán para seleccionar las tripulaciones.

El Aligoté era más amplio y contaba con un gran comedor que nos permitió comer juntos

Elegimos para el viaje las fechas del 15 al 25 de septiembre, contando con tres días previos en París y uno final en Lyon, cuyos respectivos aeropuertos nos servirían para la llegada y partida. Por medio, sendos transfer nos permitirían llegar a Briare (punto de partida) e ir de Digoin (la meta) a Lyon al terminar. La posibilidad de utilizar transporte público fue desechada al no ajustarse a nuestras necesidades.

Ibería canceló el vuelo a Madrid desde Peinador y nos complicó el inicio del viaje

De los trece viajeros, dos canarios volaron a París el 14, diez teníamos previsto madrugar para ir a Madrid desde Vigo y allí se sumaría la última persona. Pero las previsiones se toparon con un imponderable: por causas meteorológicas ignotas (el día era magnífico en Vigo, también en Madrid y que sepamos por el territorio intermedio) dos horas antes del embarque Iberia nos comunicó la suspensión del vuelo. Mientras, Peinador y Barajas operaban con plena normalidad.


Empezó entonces el peregrinaje habitual en estos casos, que se resolvió de manera sorprendente: los viajeros con tarjeta de embarque tuvieron plaza en el siguiente vuelo, un par de horas después, y el resto, cuatro del grupo, fuimos trasladados a Santiago en taxi. Allí tuvimos que pasar el día hasta tomar un vuelo a Madrid a las 21:50, con lo que no llegamos a un hotel en la periferia de Barajas hasta la una de la madrugada. Al día siguiente embarcamos hacia París a la hora en que deberíamos haberlo hecho el día anterior.


París nos recibió bien a todos, con tiempo agradable y el buen rostro que presenta habitualmente esta encantadora capital mundial.


Los que llegaron el día previsto pudieron aprovechar mejor la estancia, pero no fue grave pues la mayoría conocía París de viajes anteriores.


En Santiago, los que allí quedamos varados tratamos también de aprovechar el día acompañados por multitud de turistas, en una jornada de sol y casi calurosa, disfrutando de la catedral libre de andamios tras muchos años en obras y ahora con una fachada deslumbrante.



Las Galerías Lafayette fueron un punto de visita obligada, especialmente pensando en quienes no las conocían. En la imagen anterior, vista desde la terraza de las propias galerías.


Lo mismo que el Sena, algo forzoso si se pasea por el centro de París.


Por casualidad coincidimos con la inauguración de la perfomance imaginada por el artista búlgaro Christo, consistente en envolver el gigantesto Arco del Triunfo. Como queda constancia en la imagen superior, allí nos juntamos los trece viajeros tras la putadilla de Iberia.


La plaza del Arco del Triunfo estaba tomada por decenas de policías pues un rato después el presidente Macron iba a inaugurar el gigantesco paquete en que se había convertido el enorme arco. Según leímos, los familiares de Christo, muerto dos años antes, financiaban el cubrimiento, e imaginamos que la factura no debió ser barata. Mientras estábamos allí, contemplamos como unos escaladores descendían del arco dando los últimos toques al "paquete".


Aquí la fachada del hotel Shangri La, donde, casualmente, no nos alojábamos y que luce más estrellas que un general de los importantes.


Y a partir de aquí, a disfrutar de París, cosa relativamente sencilla. Acercarse a la torre Eiffel es también obligado ya que algunos no habían subido. Y lo disfrutaron.


El día siguiente salimos pronto del hotel que habíamos reservado en Montparnasse, e hicimos un largo tour. Por la mañana Montmartre, empezando por el famosísimo Moulin Rouge.


En este conocido y atractivo barrio nos encontramos con la escultura del artista Jean Marais al escritor Marcel Aymé, en recuerdo de una obra en la que relataba la vida de un oficinista que descubre su poder para atravesar murallas, habilidad que cambiará su vida y le permitirá enriquecerse y vengarse de quienes le humillan. Dicen que tocando la mano izquierda de la escultura se adquiere la misma habilidad, pero ese día el departamento de milagros debía estar cerrado, quizás por la pandemia.


El paseo por Montmartre es un placer, pese a las cuestecitas que permiten acercarse al Sacré Coeur.


Y ya en la plaza, reconocer el lugar de reunión de artistas que la ha hecho mundialmente famosa, aunque quienes la conocimos décadas atrás la encontramos cambiada.
 

En fin, rincones llamativos por todos los lados con mensajes digamos desconocidos.


Y ya el Sacre Coeur, la imponente iglesia que corona el barrio.


Desde aquí se disfruta de una imponente vista de una ciudad tan plana como París.


Bajando de Montmartre, en la plaza Jehan Rictus admiramos el conocido como "mural de los te amo", obra de los artistas Frederic Baron y Claire Kito, que reproduce en un esmalte de 40 metros cuadrados adosado a una pared con las palabras te amo en 311 idiomas, gallego incluido, por cierto.


Y antes de la actividad de la tarde, de la que ahora hablaremos, tocaba reponer fuerzas. Casi casi llenamos un pequeño restaurante, donde nos atendieron de maravilla, lo que sería la tónica de estos días. También, como ocurriría en el 95 % de las ocasiones, previamente tuvimos que mostrar, para su escaneo, nuestro certificado de vacunación, algo que nos daba mucha tranquilidad, aunque no es del agrado de todos en este país. Lo comprobaríamos al día siguiente en Briare.


Tras la comida pudimos rumbo a Notre Dame, callejeando más o menos sin ruta fija por Le Marais.


De esta forma llegamos a la impresionante plaza de los Vosgos, imponente, aunque es cierto que el crecimiento del arbolado impide contemplarla tal y como fue diseñada.


Es la plaza más antigua de París y se inauguró en 1612 constituyendo el primer ejemplo de ordenamiento urbano en Europa. Ocupa un área de más de 17.000 metros cuadrados y su dimensión es 140 x 140 metros. Actualmente los pisos más cotizados de París están aquí y pudimos comprobarlo en una inmobiliaria en la que se anunciaba un apartamento de 118 m2 por casi dos millones y medio de euros.

Detallito de casas para pájaros en el Hotel Sully, junto a la plaza de los Vosgos

Y por fin Notre Dame, la catedral, rodeada de andamios y muy dañada tras el incendio ocurrido un par de años atrás, y a punto de iniciar unas obras de reconstrucción que durarán bastantes años.



Aquí estábamos citados con Juan, un asturiano que lleva varios años viviendo en París y se dedica a enseñar la ciudad a visitantes. Habíamos concertado un tour de dos horas y media para el día anterior, pero la anulación del vuelo de Iberia obligó a cambiar el horario: de ser el plato inicial de la visita pasó a ser el postre, pero no había más opciones.


Tras hablarnos de la creación de París y de Notre Dame iniciamos el paseo.


El famoso reloj de la Conciergerie fue una de las primeras paradas.


Y después lugares clásicos que quien conozca París puede imaginar, el puente más antiguo, el Louvre, y algunos otros sitios.






Tras despedirnos del guía iniciamos el regreso al hotel caminando al anochecer, observando los cambios que sufría la ciudad con la llegada de la oscuridad.

Tomamos algo en la terraza de un restaurante thai en un atestadísimo Barrio Latino y completamos así, sin tropiezos y felices, la primera etapa del viaje, la turística, a la espera de no hubiera tormentas ni huracanes en la singladura que íbamos a iniciar al día siguiente. 

 Ciertamente, no las hubo, pero sí otro tipo de incidencias con las que nos entretuvimos, como tiene que ser en todo viaje que se precie aunque sea a un país tan cercano en todos los aspectos como Francia.


Todas las fotos de París se pueden ver en este enlace

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