Navegar por un canal como el del Loira, o el del Midi, resulta sencillo siempre que se tenga algún conocimiento de barcos y de la mecánica de las esclusas. Desde fuera incluso puede considerarse aburrido o al menos monótono, pero nada más incierto. La realidad es que los viajeros se sumergen en la gestión del barco y el día transcurre en un suspiro embebidos en el proceso de superar las esclusas, un tanto proceloso y que hay que repetir al menos cada hora.
En el canal del Loira, de 196 kilómetros, se han construido 40 esclusas, lo que implica pasar seis o siete cada día. Salvo una doble, espectacular, en Guetin, que salva un desnivel de diez metros, el resto son sencillas, lo que facilita la tarea. En el Midi, por el contrario, las hay dobles o triples, y aún mayores, debido a los importantes desniveles.
Básicamente, en eso consiste navegar por un canal, en pilotar los barcos, pasar esclusas (en ambos casos procurando no dañarlos) y contemplar el paisaje (en la imagen superior una central térmica y campos de cultivo), las gentes, y en ocasiones también en pegar la hebra con los escluseros, que fueron esta vez especialmente amables y en una clara mayoría mujeres.
Con una de ellas hablamos de su trabajo y dijo estar encantada y que eran empleados públicos, dependientes del organismo VNF (Vías navegables de Francia). Aunque el canal solo está abierto seis meses, de abril a septiembre, ellos trabajan todo el año, dedicando el tiempo restante a labores de mantenimiento. Los canales se vacían en otoño y se limpian, pero la verdad es que a finales de septiembre estaban llenos de auténticos bosques de vegetación acuática como se aprecia en la siguiente foto.
Lo que menos agrada a los navegantes canaleros es encontrar la esclusa cerrada, lo que sucede cuando ha finalizado el horario del personal (9 a 12 y 13 a 19 horas), que el encargado esté atendiendo otra esclusa o, finalmente, que un barco la esté atravesando. En tales supuestos no queda otra que esperar a que se abra la correspondiente compuerta.
Pero, claro, previamente es preciso atracar para la espera, pues los barcos parados se gobiernan mal (si no tienen motores delanteros, como fue el caso del Cyrano, muy mal), y si es cosa de minutos, intentar mantenerse a un lado esperando el momento de entrar.
Para atracar, hay que acercarse a la orilla (momento siempre delicado para el barco) y no es lo mismo que haya norays para sujetar el cabo a que haya que improvisarlos con las estachas metálicas que llevábamos a bordo junto con un martillo para clavarlas. Previamente, uno de los marineros tiene que dar un salto a tierra para hacerse con los cabos y acercar el barco. Después, desciende algún otro compañero/a para completar la operación. Al rato, cuando hay vía libre, la operación inversa en la que el último de los marineros salta a bordo antes de que se separe de la orilla mientras sujeta los cabos con el barco ya desamarrado. Un sinvivir....
Cuando esta operación se repite una docena de veces al día (además de las esclusas, en las paradas para comer, hacer noche o cualquier otro motivo) instintivamente se intenta evitarla pero a la vez se va adquiriendo cierta pericia.
También se repite una y otra vez el proceso para superar las esclusas. Primero de todo, acceder, lo que a veces es complicado si el barco no colabora, es un decir. Ciñéndonos a nuestro viaje por el Loira, que eran esclusas de ascenso, una vez dentro es necesario tirar los cabos al esclusero, para que los enganche al noray y te los devuelva. Amarrada la embarcación o embarcaciones (lo normal es que quepan dos o tres), el operario procede a cerrarlas: primero los portones de un lado y luego repite la operación al otro. Por último, abre la entrada de agua para que se llene y alcance el nivel al que vamos a salir en el canal.
Mientras esto se produce, hay que ir recogiendo y tensando los cabos para que el barco siga sujeto. Así alcanzamos el nivel deseado y ¡oh, voilá!! volvemos a navegar. El proceso se aprecia claramente en el siguiente video.
Mientras todo esto ocurre, en barcos como el Aligoté, con plantilla numerosa, parte de los marineros tienen tiempo de realizar otros menesteres, caso de la comida que después la gente del Cyrano se encontraba estupendamente preparada a cargo de Mariajo, reconvertida en jefa de cocina para la ocasión.
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En las esclusas siempre se indican las distancias a las más próximas en cada dirección |
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Aunque el tráfico era escaso, en los puertos había bastantes barcos |
Aspecto de la esclusa de Guetin, la única de dos niveles, que salva un desfase de diez metros, cinco en cada salto, con lo que daba la impresión de estar encerrados entre altísimos muros. A la salida te encuentras en un puente-acueducto de 400 metros de longitud.
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Momento de apertura de las enormes compuertas de Guetin |
En la esclusa de Fleury, el encargado abrió de golpe y al máximo la entrada de agua para subir el nivel, lo que nos pilló por sorpresa. Como consecuencia, el Aligoté, que estaba delante, sufrió un fuerte bamboleo pillando desprevenidos a los bicheros que sujetaban los cabos. A partir de entonces siempre estábamos atentos para evitar sustos similares. Pensamos que el esclusero tenía prisa y quería acabar cuanto antes, forzando para ello la seguridad de los barcos, algo que no volvió a repetirse.
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Según se llena la esclusa el barco va subiendo hasta llegar al nivel de los muros |
En la imagen superior puede apreciarse la situación habitual en una esclusa cerrada: el barco se hace a un lado, esta vez sin amarrar, pero ha desembarcado una marinera, Beni, para sujetar los cabos una vez dentro. En el Loira las escluseras eran especialmente amables y solían colaborar.
Cuando el tiempo acompañaba, algunas viajeras optaron por darse un paseo en bici hasta la siguiente esclusa por el camino lateral siempre plano y cómodo. Llevábamos una en cada barco.
Después se imponía recuperar fuerzas, se hubieran gastado o no.
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La olla con el guiso sobrante, en el exterior para pasar la noche al fresco |
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Las viviendas de los escluseros eran en ocasiones muy atractivas |
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Un hotelito |
Lo que resultó muy cómodo fue disponer de un comedor en el Aligoté con capacidad suficiente para las trece personas de los dos barcos, que allí pudimos comer con cierto desahogo. Una noche se organizó una pequeña cacería de insectos de lo que quedó constancia en el siguiente video para reirnos un poco.
La llegada a Digoin se realiza por un acueducto sobre el Loira similar al de la salida de Briare, aunque menos espectacular y algo más corto, de unos 400 metros.
Una diferencia fundamental entre los dos barcos es que el Cyrano se podía manejar desde dentro, siempre más aburrido y con peor visibilidad, reservado para los momentos de mal tiempo, pero habitualmente desde la cubierta superior al aire libre. En el Aligoté, sin embargo (donde Víctor ejerció muchas veces como capitán) la opción interior era la única existente por su configuración.
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Desde el barco veíamos cultivos, vacas blancas, pequeños pueblos y algunas mansiones. |
En Fleury sur Loire fue la excepción y pudimos comer en un chiringuito junto al canal. Era un pequeño puerto en las cercanías de un pueblito, y allí nos trataron muy bien. Lo cierto es que teníamos comida preparada, pero así resultó mucho más cómodo.
Otro tema a tener en cuenta era la altura de los puentes bajo los que pasábamos. No era infrecuente, si no todo lo contrario, que el capitán del Cyrano tuviera que agacharse ya que el puesto de mando estaba a cierta altura y no era posible permanecer de pie.
También era necesario recoger el toldo que daba sombra en la cubierta trasera para evitar que se destrozara.
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En la ruta pudimos ver numerosos barcos de madera, algunos de ellos muy bien cuidados, otros práctiamente ruinosos. |
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Incluso una biblioteca de acceso libre en el puerto de Briare. |
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Sorprendente tela de araña junto al canal; había muchísimas y enormes que la lluvia y la humedad se encargaban de hacer visibles. |
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¡Y que mejor cosa que hacer después de comer, tras una mañana de arduo trabajo...! |
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